20 de febrero de 2011

Destino en segunda

Siempre has temido la miseria tanto como a tu destino, acaso porque el tiempo te enseñó a intuirlos, a esperarlos. Tu paciencia enfermiza te ha dictado los pasos para evitar la inmundicia, la suciedad, y para no tener que contemplar más que en tus sueños la risa de ese caballo en la oscuridad. Y ahora, que has infestado las sombras con tu cobardía, has vuelto a escuchar esa risa y corres a esconderte en un viejo portal, hasta que las luces pasen. Y las luces pasan, siempre pasan, y quieres salir a invadir la sombra, otra vez a perderte entre las avenidas. Pero ¿qué harás ahora que ya te ha visto? No puedes arriesgarte, no con esa risa tan cercana. Quizá grite y denuncie al intruso, quizá te muela a golpes con sus brazos descomunales. No puedes arriesgarte, tienes que escuchar tu disparo, ver el agujero vertiginoso en el pecho. También debes desconfiar del cuerpo caído, como si su muerte no hubiese sido todo lo elocuente que esperabas, y volver a disparar en la cabeza, dos, tres veces, y observar con tristeza que solo ahora empieza a moverse. Otra bala en el pecho y se incorpora, la última bala y ya está casi sobre ti, gritando, denunciando, a punto de alcanzarte antes de morir, antes de que se enciendan las primeras luces y que las sombras vuelvan a cobijarte, antes de verte correr de nuevo, perseguido por sirenas, contaminado por el rastro de la pólvora y la sangre.


La estación también está oscura, pero nadie te espera. Acabas de descubrir que la dirección fue la correcta, que no te buscarán en ese tren. Sientes que ya estás a salvo de la condena, pero queda la risa, esa risa desmigajándose en tus oídos... Hay algo de ese tren que no es como los otros, el olor te lo dice. Sabes que puedes huir y salvarte, pero te espera un largo viaje de uñas negras y dientes podridos entre la basura de la ciudad que duerme. Los vagones han empezado a moverse. Saltas sobre uno y sigues vacilando hasta que alguien te ofrece su mano. No debes temer, saben que no eres como ellos pero no te harán daño. Tampoco se burlarán. Nadie sabrá que cada una de tus lágrimas reflejará la risa ensordecedora y grotesca de tu destino.









4 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Siempre me dejas a la expectativa en tus relatos, y este no es la excepción. Me gusta el desliz del final. Mucha fuerza en un oximorón . Puede percibir la soledad y el desencanto en tu relato a través de un personaje acompañado de una profunda reflexió. Besos

Anónimo dijo...

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Yurena Guillén dijo...

No sé si lo leo en un buen momento. Me ha resultado tan duro. La idea de esperar un destino funesto me desborda y me inquieta. Será verdad eso que dice que somos lo que nos merecemos. En fin... Un texto estupendo.
Un abrazo grande.

Miss Morpheus dijo...

El error de base siempre es el mismo: el miedo. El miedo a lo funesto, al destino, es lo que provoca que todas las acciones se centren en aquello que nunca se aleja de nuestra mente, dando como resultado que nuestros temores se cumplan. Un círculo del que somos los únicos culpables.

Nunca había percibido tanta agresividad en tus texto... por muy tristes o angustiosos que fueran.