14 de febrero de 2009

Marlene

Llevaba tiempo queriendo conocer a Marlene. Misma ciudad, calles y librerías y teatros, pero ni una sola mirada ni una palabra; ni siquiera me animé jamás a pedirle que me firmara un ejemplar en la Feria del Libro. Un polvo olvidable con una compañera de redacción, de esos que obligan a una charla de forzosa frivolidad, me puso en la cuenta de que se conocían, que alguna vez mi compañera la había entrevistado y que desde entonces habían mantenido una ligera amistad de viernes y de bares. Solían tertuliar en un tugurio del Bajo, mucho humo y notas desafinadas, pero era el único lugar donde Marlene sabía relajarse y regalarles su mejor máscara. Cuando mi compañera me llamó para invitarme, supe que echarme atrás sería una necedad.
La noche se deshizo en risas, copas que se renovaron y músicos muertos de hambre a intervalos de media hora. Me asombró la vulgaridad de la pandilla que acompañaba a Marlene, también la complicidad con que ella los miraba y aprobaba. Un par de fugas verbales me alcanzaron para llamar su atención y rociar su cerebro con algo más que alcohol y cigarrillo. Poco después, ya gozaba de una silla al lado de Marlene. Mi compañera fue la primera en abandonarnos; al saludarme me dijo al oído “es de piel fina, no la cagues”. Le contesté con una sonrisa porque lo juzgué imposible, sólo tenía que esperar a que el último músico guardara sus bártulos, el último rezagado de la pandilla se despidiera, el camarero empezara a barrer, y entonces sabía que Marlene se levantaría de la silla y que haría un poco de equilibrio antes de pedirme que la llevara a su casa.
Hablamos mucho. Marlene apoyaba los codos en las rodillas; de una mano colgaba una copa de whisky rabioso, entre los dedos de la otra se consumía un cigarrillo. Y así me escuchó, chupando su copa y sonriendo de vanidad. Sabía que Marlene estaba rendida a mi admiración y quise indagar en esos personajes, en sus psicologías, porque presentía que Marlene ya estaba dispuesta a compartir conmigo los secretos de su inspiración. Ella escuchó mis dudas con la copa aún colgando pero vacía. Luego, con un ojo entrecerrado por el humo, como si me lo estuviera guiñando, se acomodó y dijo, silabeando: “¿qué-más-da?” Entonces trituró la colilla y dejó su copa sobre la mesa. Se levantó apoyándose con una mano en el respaldo, “tengo que mear”, confesó, y caminó hasta el baño. La puerta entreabierta delató la caída pesada de un chorro caudaloso y largo, y después a Marlene, ya desnuda y avanzando hacia mí. Con cada paso fue alejándose de la ropa en el suelo, la luz encendida del baño y el susurro todavía sibilante de su espuma.





Imagen: Black-haired nude girl, standing de Egon Schiele

11 comentarios:

josef dijo...

Es un relato de esos que atrapan al primer renglón. Diego Ribeira, maestro no sólo en el arte del tecleo sino en el de la indagación, la búsqueda y la resolución, por difícil que parezca, a veces encuentro similitudes con el famoso detective Philip Marlowe creado por el prestigioso Raymond Chandler, claro que adaptado siempre a los tiempos que corren, más versátiles y menos bruscos, pero igualmente acelerados, cuando los tiempos en que la vida se diluye lo permiten. Un abrazo.

simalme dijo...

Todo en el día de hoy es Marlene.

Anónimo dijo...

Coincido con Moderato, parece un fragmento de novela policíaca...con un personaje masculino muy seguro de sí mismo y su poder de seducción (a mí me ha recordado a Bogart).

Muy bien recreada la atmósfera del bar...inclusó escuché el jazz, los murmullos de la gente al hablar, el olor de los cigarrillos.

Me gustó, me gustó!

Hache dijo...

Atrapa, claro que lo hace. Atrapa Marlene, el local, el vaso vacio y el cigarro consumiéndose.

Me encanta el ambiente que has creado Diego.

Myriam M dijo...

"Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo..."

Me recordó este fragmento del Tango del viudo, con este hecho la volviste humana, bien hecho!

* Sine Die * dijo...

Dinos que continúa, Diego... :)

Me gusta la inercia y ese ritmo, que te engulle rápido..

Besos

Yurena Guillén dijo...

El relato es muy bueno y la atmósfera está conseguida. Se puede oir el sonido de las copas, respirar el aire cargado, pesado...
Me quedo con eso de que Marlene se sentía cómoda en medio de gente vulgar. Me recuerda a algo que ha escrito un amigo recientemente. No me pierdo, me ha gustado mucho, Diego. Un abrazo.

Diego dijo...

Moderato: eres muy generoso, amigo. Un abrazo.

Simalme: vaya desgracia. Un abrazo.

Bruja: qué curioso, yo escuché otra clase de música. Un abrazo.

Hache: lo intento al menos. Un abrazo.

Lilith: es bueno ese poema. Y la humanidad... pues siempre hay que intentar dar con ella. Un abrazo.

Sine: esta Marlene no continúa, pero seguramente habrá otras por allí que sí continúan y son mucho más interesantes que esta. Un abrazo.

Yurena: acaso que una persona poco vulgar se sienta a gusto en un contexto de vulgaridad es también un rasgo de humanidad. Un abrazo.

Anónimo dijo...

¿Ah sí? Y puedo saber cuál era tu BSO.

Besos!

Miss Morpheus dijo...

Buen final para romper con esa admiración que das a conocer en la primera frase. Se va palpando la decepción según transcurre la noche... hasta llevarnos a esa imagen patética de carnalidad casi obligada.

Un abrazo.

Adriana dijo...

Qué texto más sinestésico Diego, se puede palpar, degustar, oler, sentir...palabras muy bien escogidas, precisas y reveladoras.
Me agradó muchísimo.

Yo estoy en una especie de sequía que no sé hasta dónde llegará...he escrito, sí, pero nada me convence, nada! Me está resultando un tanto doloroso, no animarme a publicar.
A veces reviso los blogs que sigues y aumenta mi desolación...son todos tan excelentes que mi palabra se va diluyendo. Y no es envidia, no, no, es reconocer que mi mano se ha vuelto yerma...de un momento a otro...quizás me equivoque (a veces guardo esa secreta esperanza, porque escribir es lo único que me pertenece, lo único que sé hacer...)

ufff, qué honestidad, pero ya está, te lo he contado...

Un abrazo