16 de julio de 2011

Cuestiones irresolutas de mi querido español


Los antiguos griegos diferenciaban tres tipos de saberes: el saber exclusivamente científico o episteme; el saber popular o doxa, vinculado a las creencias o a cualquier opinión no fundamentada científicamente; y el saber hacer o techné, relacionado con la habilidad o método de trabajo. Quitando el último, que se trata de un saber de tipo práctico, el saber científico y el popular no eran en la antigua Grecia terrenos que pudieran solaparse. Para tener competencia en el primero había que ser lo que hoy llamaríamos un ‘especialista’; para tenerlo en el segundo bastaba con ser un ciudadano más o menos informado y comprometido.


Esta referencia nos servirá para entender por qué en el ámbito hispánico, y en el peninsular en particular, los conceptos de lengua y de dialecto siguen generando tan acaloradas discusiones. Para algunos autores, esta discusión llegaría a resolverse si existiera la voluntad de aplicar un criterio estrictamente lingüístico al asunto. Si analizáramos esta problemática desde el punto de vista científico, digamos desde la episteme, la única persona con la competencia idónea para discutir sería, claro está, un lingüista, un filólogo, y si este lingüista aplicara criterios exclusivamente glotológicos en su examen, debería llegar a la conclusión de que en España tan lengua es el español como el gallego, el aragonés o el asturiano; y que tan dialecto del castellano es el andaluz como el valenciano del catalán. Si no se llega a estas conclusiones es porque los encargados de definir aquello que es lengua o dialecto no pertenecen al ámbito científico, sino simplemente social. Opinan como ciudadanos comprometidos e informados, no como lingüistas, y por lo tanto sus apreciaciones se corresponden con la doxa, el saber popular, no con la episteme.

Las posturas parecen irreconciliables. Si sólo nos dedicamos a analizar el problema desde un criterio lingüístico, estaríamos dejando de lado el factor social, imprescindible en el estudio de la lengua, pues no hay lengua sin una sociedad que la use. Pero, al mismo tiempo, el factor social, como el político, el cultural o cualquiera que no sea lingüístico, puede verse como ajeno al análisis lingüístico. Por más sistematicidad que tuvieran los estudios sociales, cualquier lingüista podría sospechar que en la caracterización de lo que es lengua y lo que no operan intereses subjetivos, puntos de vista sin criterio científico, luchas de poder, opiniones; en definitiva, saber extraño a la ciencia: doxa. Y si adoptamos un criterio ecléctico o mediador, considerando que los términos lengua y dialecto no son más que convenciones igualmente válidas cuyos significados dependen del tema que estemos tratando, acaso el problema, lejos de resolverse, se haría todavía más complejo. ¿Bajo qué criterio se daría estatus de lengua o de dialecto a una modalidad lingüística, siendo que ambos conceptos son convenciones y hasta podrían ser sinónimos? Obviamente, la convención sería una para los lingüistas, otra para los sociolingüistas, quizá otra diferente para los ciudadanos de a pie. El solo hecho de fijar una convención nos devolvería al punto de partida: ¿qué autoridad es lo suficientemente competente como para llevar a cabo esa labor? ¿Hay que dejársela a los que manejan el saber científico, la episteme, o sería igual de lícito incluir en el debate a los dueños de la doxa, es decir, a todos los miembros de una sociedad más allá de sus competencias lingüísticas, por la simple razón de ser usuarios de una modalidad de lengua?






Fuente: Diego Ribeira López, "Lenguas y dialectos de España. La eterna discusión". (Fragmento adaptado).  

6 comentarios:

Mixha Zizek dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mixha Zizek dijo...

Diego
Un texto genial, siempre me haces botar humo del cerebro y me dejas reflexionando en miles cosas y acotaría conceptualizando también. Con tu entrada me retrocediste en el tiempo, y me llevaste a mi clase de Español II, un día de verano que terminamos toda la calse discutiendo entre que es lengua y dialecto. Aunque la real discusión comenzó sobre si el Quechua era lengua o dialecto, pero se desformó la reunión y se dormaron conceptos muy diferenciados acerca de cada cosa.

Un abrazo y que gusto leerte siempre



*la volví hacer porque cometí un error al escribir una palabra :)

Noelia A dijo...

Buena pregunta: "¿Bajo qué criterio se daría estatus de lengua o de dialecto a una modalidad lingüística, siendo que ambos conceptos son convenciones y hasta podrían ser sinónimos?"
Me gustó esta entrada. Arduo trabajo el de delimitar la Lengua, que vendría a ser como delinear lo "neutro", cuando en realidad nada es neutro, sólo tiene mayor aceptación o es más global.
En fin, no sé mucho del tema, como verás. Pero dispersame una duda que me está carcomiendo de hace rato: si yo vivo en Argentina, ¿¿hablo español o castellano??

Un abrazo

Diego dijo...

Mixha: la cuestión "lengua-dialecto" siempre genera discusiones. Y siempre por lo mismo: no hay un punto de vista que cuente con la aprobación de toda la sociedad al momento de describir una lengua. Lo interesante es que todos tienen su punto de razón. Gracias por tu comentario. Un abrazo.

Noelia: intentaré responderte sin irme por las ramas. El nombre "lengua española" tuvo desde el siglo XVI una autoridad mayor sobre "lengua castellana", que no era muy apreciada por aragoneses o andaluces, y fuera de España no era una denominación correcta para referirse a una nación unificada. Así fuera solo por esto, deberíamos decir que quien vive en Argentina habla "español". Pero no es todo. Hoy día está fuera de toda duda el vínculo que el español de América tiene con el andaluz, pues los rasgos característicos del español americano son extensiones del andaluz. Y el andaluz fue históricamente un dialecto del castellano, se forma dentro de él, si bien rápidamente adquiere una fisonomía propia, fuertemente innovadora. Entonces, si nos pusiéramos a hilar fino, alguien diría que si el español de Argentina es extensión del andaluz y este dialecto del castellano, ¿por qué no decir que hablamos una variedad del castellano? Desde mi punto de vista, es como si yo quisiera usar el apellido de un pariente lejano por el simple hecho de llevar algo de su sangre.
Por último, hoy día hay una tendencia a dividir el español en dos grandes bloques: el español norteño y el sureño, cada uno con sus "variedades" (atención, ni siquiera se habla mucho de dialectos). Dentro del meridional estaría incluido tanto el habla de Canarias como de toda Hispanoamérica; el septentrional estaría formado por la variedad de Castilla, Cantabria, Asturias... Por lo tanto, decir "castellano" significaría hoy día referirse a una porción peninsular, ni siquiera la más amplia, cuyas características fonéticas son diferentes de las nuestras rioplatenses. Si tuviéramos que referirnos con exactitud a nuestra variedad, deberíamos seguir a los libros y decir, pues, "español rioplatense", pero ya no hace falta. Afortunadamente, estamos en un momento lingüístico en que prevalece lo panhispánico y, por lo tanto, se tiende a ver la Hispanidad en su conjunto. Hoy hablamos "español". Con muchas variedades, por supuesto, pero que no implican una falta de entendimiento entre los hablantes. Así, pues, en Argentina hablamos "español", igual que en Bogotá, Santander, Montevideo o Sevilla. El apellido es el mismo, español, solamente cambian los nombres, las variedades. La familia es la misma, y por suerte una gran familia.
Espero haber sido claro, Noelia. Por supuesto, quedo a tu disposición. Y gracias por preguntar. Un abrazo.

Noelia A dijo...

Diego, has sido más que claro. Te agradezco la explicación y la sencillez con que lo definís. Ahora me queda más claro con tus argumentos.

Saludos

Yurena Guillén dijo...

Un texto muy interesante. Mi conocimiento sobre el tema es limitado, quizás es por lo que se me hace complicado entender como respuesta satisfactoria alguna de las opciones propuestas.

Disculpa la ausencia. Debo ponerme al día con los blogs.
Un abrazo grande.