19 de marzo de 2009

Apuntes sobre la función del maestro

Sócrates: "...mucho más excelente es ocuparse con seriedad de esas cosas, cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y buscando un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento... que no son estériles, sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras que, con otros caracteres, son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible para el hombre." Platón, Fedro, 277a

La Escuela debe dar con rigor sus contenidos, pero antes debe suscitar en el alumno un conflicto tal que lo someta a una búsqueda, a un anhelo, a un descubrimiento. Eso es posible mediante el trabajo incesante del maestro sobre ese objetivo. No se trata de ir en pos del alumno para mostrarle por qué es imprescindible conocer determinados conceptos o historias; debe ser el alumno quien se acerque al maestro para interrogarlo sobre ellos. Pero esto sólo puede lograrse cuando el maestro ha adquirido previamente los conocimientos que lo hagan apto para su tarea. Sin una carga intelectual idónea, sin los contenidos teóricos ya sistematizados ni la certeza acerca de qué inquietudes suscitar en el alumno, el objetivo está destinado al fracaso. Ningún maestro podrá aplicarse a la tarea de enseñar -en el sentido de "mostrar" y no de "adoctrinar"- y generar en sus alumnos cualquier mínimo interés, si aún no posee él mismo sus conocimientos ordenados y básicamente completos. La consecuencia es una dinámica invisible pero real, que late, respira y se expande con una vitalidad asombrosa. De pronto, el alumno siente que ese maestro está cautivado por sus propios conocimientos, que va en busca de ellos porque son los hacedores de una felicidad tangible que desborda en cada clase. El alumno quiere alcanzar esa misma alegría, la idéntica pasión de quien está frente a él, quiere emularlo, quiere “saber”. Se ha dado cuenta ese alumno de que hay algo viviente bajo la máscara de su maestro, que tras su academicismo vive un profundo e inefable sentimiento. Y hay un único sentimiento en el mundo capaz de tender un puente sólido entre los alumnos y el conocimiento: el amor. Igual que el viejo Sócrates, el libro puede tener una apariencia exterior grotescamente fea, pero sólo quien se anima a ver más allá de la superficie podrá encontrar una belleza esencial más hermosa que todos los cuerpos. Para descubrir la belleza interior de Sócrates fue necesario un amor ideal; para transmitir conocimientos hará falta un rotundo amor al saber. Platón cuenta que fue Alcibíades quien descubrió, con su amor ideal, la grandeza de Sócrates. Para la educación, el maestro debe ser como ese Alcibíades que descubrirá al alumno la cara hermosa del conocimiento. Cuando esto sucede -porque realmente sucede- entonces se ha llegado a la mitad del camino. Aún depara la mayor de las satisfacciones: la experiencia personal de cada alumno frente al saber, que devuelve al maestro a un nuevo aprendizaje colmado de extraordinarias sorpresas.



10 comentarios:

Noelia A dijo...

Muy buenas estas líneas:
"Ningún maestro podrá aplicarse a la tarea de enseñar -en el sentido de "mostrar" y no de "adoctrinar"- y generar en sus alumnos cualquier mínimo interés, si aún no posee él mismo sus conocimientos ordenados y básicamente completos."
Completamente de acuerdo. Aparte, en el proceso de aprendizaje, no sólo el alumno aprende, sino también el docente. Vale decir, es un intercambio. El docente adquiere experiencia en cada enseñanza, con cada alumno, va encontrando nuevas formas de abordar a los alumnos, va descubriendo los obstáculos (primero hay que descubrirlos, solo descubriéndolos se pueden solucionar los problemas pedagógicos)
Y me gustó eso del amor. Sí, yo le agregaría algo, con tu permiso y me hago responsable de lo que digo: el docente tiene que ser una persona sin prejuicios, sin ningún prejuicio, para subirse a una mesa y tirarse de ella si es preciso cuando alguien no entienda la ley de gravedad. Y no digo al punto de hacer el ridículo, ni de perder el respeto que debe tener, ni de confundirse entre los alumnos como uno más (errores todos muy comunes en estos días, al menos por aquí)
Pero es que el manto del prejuicio debe caer, a mi juicio, indefectiblemente, para que el maestro se deje llevar por la pasión de lo que enseña.
Y bueno, con prejuicio me refiero al temor de hacer el rídiculo (en parte, el prejuicio abarca tantos ámbitos, tantas cosas)y ultimamente se cometen tales aberraciones en las escuelas (tanto por parte de docentes como de alumnos y, muy a menudo, de padres de alumnos)que los docentes se sobreadaptan (palabra sacada de Jorge Ballario, no sé si está admitida por el diccionario de la RAE, creo que es un término del ámbito de la psicología).
Sobre-adaptan: ponen una barrera entre ellos y sus alumnos a fin de que la realidad no les afecte, por miedo a ser tomado de juguete por el alumno en el menor intento de acercamiento cordial...
Bueno, se hizo muy largo... es que soy docente!!
jaja
saludos
Y me encanta enseñar, aunque a veces me duele, ojalá el amor por las letras fuera contagioso...

Tristancio dijo...

Podría decir tantas cosas sobre el tema, Diego, pero el casancio de los días y mis minutos contados no me dejan. Sólo diré lo que alguna vez leí en la carátula de una película: "Lo mejor de enseñar es aprender..." (Eso hoy me hizo mucho sentido, en una clase con "chicos problema").

Un abrazo, amigo.-

Yurena Guillén dijo...

Básicamente, el pensamiento de Sócrates buscaba una comprensión objetiva de conceptos tales como el amor o el conocimiento de uno mismo... Si existiera un vicio sería porque se ha dado la circunstancia de la ignorancia. Buscaba lo práctico, que el conocimiento adquirido no sólo valiera para cuantificar el saber sino también para vivir.
Estoy totalmente de acuerdo con el comentario de Tristancio...Lo mejor es enseñar a aprender.
Un abrazo grande, Diego.

Xavier dijo...

Buen punto.

Acabo de re-leer a Freire, y percibo algo de ese espiritu liberador en la pedagogia que planteas.

Buen pensamiento.

Anónimo dijo...

Buena reflexión que llega en tiempos de Plan Bolonia...Tal vez más de un polític@ debería leer este post.
Y también algún maestr@.

Fernando García-Lima dijo...

Todavía pienso que, realmente, el amor es una cuestión de preferencias. Y, claro, si les ponen una PlayStation 3 al lado, pues...

Un abrazo

kuoremio07@gmail.com.ar dijo...

Excelente explicación sobre la tarea de enseñar!

Miss Morpheus dijo...

Lo más difícil es lograr esa conexión. El alumno es potencial puro, pero de nada sirven los conocimientos de un maestro si no es capaz de lograr que sus alumnos se cuestionen lo que oyen, que duden, que se hagan preguntas, que no se limiten a "tragarse" lo que les quieren contar y empiecen a plantearse aquello que se les pone delante. La ilusión se contagia, claro que sí, y se convierte en motivación. El maestro es una suerte de alquimista. Desconfío de aquellos que se limitan a transmitir conocimientos sin ofrecer espacios y silencios que inviten a participar de las clases. Muchas veces eso es lo único que un chico necesita: darse cuenta de que tiene mucho que decir y que hay personas dispuestas a escucharle.

Resumiría todo tu texto con una palabra: vocación. Y parece que no te falta.

Un abrazo.

El peregrino dijo...

Gracias por tus palabras, las acojo como si para mí hubiesen sido escritas, pues soy maestro en una escuela.

Diego dijo...

Noelia: sobre lo último que decís, creo que hubo, en los últimos diez años al menos, una tendencia a divertir más que a enseñar. La función del maestro deja de ser educadora y pasa a ser mero espectáculo circense. Yo creo que debería haber un equilibrio. En la antigua Roma, la escuela era designada con el nombre de "ludus". Curioso: también esa palabra significaba "juego". Un abrazo.

Tristancio: no tengo dudas de que podrías decir mucho sobre el tema. Como Noelia, tienes un trabajo y una función de la que puedes enorgullecerte. Un abrazo.

Yurena: tienes razón. Hoy día, la vanguardia educativa -pienso en conceptos como "competencias básicas", muy de moda- está a favor de enseñar a los chicos para
que aprendan a desenvolverse en la vida cotidiana. Como bien dices, esta idea de educación ya estaba en Sócrates unos 2500 años antes de que los genios actuales se dieran cuenta. Un abrazo.

Xavier: buena lectura. Bienvenido. Un abrazo.

Bruja: todo el que se dedica a la educación sabe esto, no hay nada nuevo aquí. Sin embargo, siempre es más fácil cumplir un horario, cobrar un buen sueldo y tener dos meses de vacaciones, antes que preocuparse por hacer bien el trabajo, que no es otra cosa que preocuparse por los alumnos. Un abrazo.

Fer: ya, pero eso queda, lamentablemente, fuera de la jurisdicción del maestro. Lo que sí puede hacer es intentar que durante el tiempo de clase se olvide de la Play. Y digo que para eso hace falta más que una buena formación. Un abrazo.

Kuoremio: gracias, pero creo que has sido demasiado generosa. Un abrazo.

Miss: yo he preferido resumir lo que dices con el término "amor" y no "vocación", porque no tengo muy claro que uno presuponga la existencia del otro. Ahora mismo podría asegurar que quien siente amor por su tarea tendrá vocación, pero no todo el que tenga vocación amará su tarea. Es discutible, lo sé, alguien podría decir que la vocación implica una cantidad previa de amor. No estoy seguro y por eso preferí omitir en todo el texto la palabra "vocación". Tuve la tentación de usarlo varias veces, lo confieso. Un abrazo.

Peregrino: como Noelia y Tristancio, debes sentirte orgulloso de tu trabajo. Un abrazo.