21 de junio de 2008

Marcio

“Dei mihi ignoscent, nam culpam placavi.”

Esa noche regresó desconcertado, aturdido. Recorrió inquietamente el atrium sin detenerse en ningún sitio, y a cada lado donde volteaba su gran cabeza enmarañada gruñía o emitía frases entre dientes que Nevana nunca comprendía. Desde la golpiza de la noche anterior, prefirió evitar las preguntas y limitarse a contemplarlo desde su lecho, bajando la vista cuando Marcio la miraba con sus ojos siempre encendidos y nerviosos. Después lo vio extinguir con impaciencia la última antorcha y arrodillarse ante el fuego de su altar. Intentó hilvanar las fórmulas de siempre, pero se lo impidió un nuevo llanto.
Entonces los sacrificios se duplicaron y aumentaron las libaciones. Nevana y los niños debieron atender en todo momento las órdenes de Marcio sobre los rituales. Dada la innecesaria cantidad de inmolaciones estuvieron cerca de acabar con el pequeño rebaño y la mayor parte de la carne se pudrió sin ser consumida. Pero Marcio parecía sumido en la urgencia de un deber, preocupado por los designios que caerían sobre él si interrumpía la invocación y los sacrificios; triste y desesperado por el futuro de su cuerpo, de su vida en la oscuridad cuando la muerte lo llamara.
Durante meses la escena fue la misma. No había en su rostro otra señal que la de una profunda preocupación. Evitaba las conversaciones, ignoraba rabioso las peticiones de los niños, y una nueva curiosidad le valió a Nevana otra golpiza, otra como la de aquella noche interminable. También comenzó a olvidar las tareas diarias que su maltrecha mujer debió cargar sobre sí para mayor pena; su Nevana, quien ya sufría las magulladuras del arduo trabajo campestre, del cansancio y de los golpes. También los niños soportaron con sumisión las hostilidades de Marcio y sólo respiraban aliviados cuando aquel se arrodillaba a invocar y a llorar hasta el sueño.
Una mañana, los gritos de la vecina casa despertaron de un sobresalto a Marcio. La mujer parecía desgañitarse de dolor y el hombre insultaba y amenazaba. Se asomó a su ventana e intentó observar. Contempló inmóvil todos los lugares por los que había pasado su cuerpo sacrílego, una noche ya remota, perseguido por las furias que aún no había logrado acallar. Había una hoguera encendida frente a la casa vecina y los gritos continuaban. Después salió el hombre, apresurado. Llevaba algo entre sus manos, algo sangriento que apenas se movía, un fruto indeseado que chillaba, que acababa de descubrir la vida pero que nunca la entendería. Los gritos callaron dentro de la casa, como si ella se hubiese resignado al veredicto, y afuera las llamas envolvieron la ofrenda con un resplandor. Bajo la mirada secreta de Marcio, el hombre se arrodilló ante el fuego con sus ojos hacia los inmortales. Se escuchó un breve lamento, la culpa que expiraba.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Diego:

Como lo he prometido, aqui paso. A dejarte mis mas preciados saludos. Realmente la pagina esta muy buena, es sumamente interesante, uno lee y no se da cuenta del tiempo y creo que lograr escribir algo que a uno no lo deje pensar en el tiempo es magnifico.
He leido tan solo unas cosas, no todo, pero ya mirare todo alguna vez.
Desde ya te deseo lo mejor y espero volver a verte alguna vez.

Un gran abrazo.

Nacho