15 de agosto de 2008

Abrir los cajones

Así me gustaba.
Como era antes de la mañana en que vimos por primera vez el coche de vidrios negros y ambos nos preguntamos si sería robado; cuando Julián me decía que le tocaban clases de tarde y que no volvería hasta el anochecer, y yo lo escuchaba desde el otro lado de la ventanilla en bata y de pie.
Me gustaba entonces porque podía salir a caminar con mi sobrina por los parques, a tomar helado juntas y reírnos mucho, aunque después tuviéramos que volver y mi hermana siempre la riñera porque tenía la cabeza por las nubes y no dejaba de perder cosas, a veces ropa, otras un peine o un perfume. Y porque siempre me quedaba tiempo para esperar a Julián de regreso de su día, exhausto y satisfecho.
Pero eso fue antes de saber que mi sobrina le había contestado mal a Julián en plena clase, antes de enterarme por mi hermana porque Julián prefirió no dar importancia a esas rebeldías, como él decía, que no significan nada hasta que la rebelde es tu propia sobrina. Y antes también de que muchos padres se congregaran en la puerta del colegio y de que mi hermana me hablara de simples reuniones; de que una tarde me dejara con mi sobrina en su casa y mi sobrina me dijera que mamá no le creía, pero que ella nunca perdía sus cosas. Fue antes de esa mañana temprana en que el auto de vidrios negros desapareció y en su lugar fue un timbre sonando, placas que se desenfundaron y un catálogo de rangos en voz alta. Y tener que escuchar el nombre de Julián tantas veces, el nombre y el apellido, y preguntarme en silencio por qué debía ser de esa manera brutal, por qué encendían la luz de la habitación y lo arrancaban de la cama con una acusación absurda porque Julián no, él no podría ser capaz, y por qué revolvían toda la casa y abrían los cajones y se llevaban todo, y por qué yo no pude oponerme a que Julián saliera con las manos atrás y sin mirarme. Y antes de que mi hermana me jurara entre llantos que Julián no volvería a ver a la niña en su vida.
Así me gustaba.
Pero eso era antes, cuando me acostaba pensando en la mañana, porque había pocos momentos en mi vida tan esperados como la mañana, quizá por el silencio, por la contemplación de las primeras sombras sobre el jardín, por el vapor de la cafetera empañando la ventana de la cocina o por el periódico hecho un tubo sobre la hierba. Pero seguramente porque era el único momento del día en que podía dedicarme a él sin estar él, dedicada a él en mi intimidad, con una dedicación secreta, impune. Sabía que poco después empezarían los pasos apresurados, el sonido de la ducha, la humedad perfumada que impregnaba la casa; sabía que él aceptaría el desayuno con una sonrisa de gratitud y en ese momento yo sería incalculablemente feliz. Sí, sería feliz, pero nunca más que en los segundos previos, cuando él demoraba hasta el límite el instante de poner el primer pie sobre el suelo y la casa tenía cerrados todos los cajones. Cuando todavía no existía un despertar porque tampoco existía un día.



16 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien narrado, lo que NO dices ayuda a tensar la historia, casi tanto como lo que SI dices.

Diego, te quedó genial!

Marta dijo...

Hola Diego, gracias por visitar de nuevo mi blog. En el comentario que me has dejado en él, percibo que has leído a Lorca. Si visitas Viznar alguna vez y le recitas delante de esa cruz de piedra, espero sientas la misma emoción que yo. Un abrazo.

Myriam M dijo...

Adoro los cajones cerrados porque lo que guardan, sea útil o no, para alguien es preciado... aunque también me gustan los ladrones y sus guantes!!

Buena voz narrativa, me gustó!

Arcángel Mirón dijo...

Es circular y asfixiante.
Qué existencias raras, privadas, de puertas para adentro.

A veces me pregunto quién me estará mirando.

Vintage dijo...

Ultimamente he decidido q no quiero nada del pasado dentro de los cajones, los rcuerdos se quedaran en mi mente los que quieran quedarse, pero los cajones los guardo para las bragas

muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

Germanico dijo...

Muy lindo relato. Emotivo. Y la ultima frase, sublime. Me quede enredado en esa ultima frase.

Buen blog.

Saludos

Dejame que te cuente dijo...

no sé que decirte diego...esto es precioso...sobre todo el final...me puso la piel de gallina...


mil gracias por todos los fragmentos y referencias que dejastes en mi blog....
un besazo desde el sur...

Miss Morpheus dijo...

Querido Diego,

relatos como este provocan que se me erice el vello.

Dicen que el arte sólo puede considerarse arte cuando emociona. (Sonrisa)

Un abrazo y no dejes de deleitarnos con tus magníficos relatos.

Psique.

J.Mares dijo...

Me ha gustado mucho, compañero. Gran sensibilidad la tuya. Excelente! Un aplauso y medio, Javi

Mónica Sánchez Escuer dijo...

El detalle de los cajones me parece excelente.
Me gustó el relato.
Un saludo

Perséfone dijo...

Es uno de esos relatos que apesar de no decirlo todo te pone los vellos de punta.

Me encantó.

Por cierto, yo también adoro la mañana.

Un abrazo.

Tristancio dijo...

Vale, a veces (muchas veces), es necesario abrir los cajones... pero en ocasiones como ésta, cómo mierda vuelves a ordenarlos...

Es como quedarse, solo, en medio del campo de batalla, después de la batalla... devastado.

¿Por qué será que me agradan los relatos en que lo que ocurre no me agrada? En fin... (pregunta retórica).

Saludísimos...

Diego dijo...

Bruja: todos sabemos lo difícil que es encontrar las palabras que "no" debemos escribir. Un abrazo.

Marta: lo visitaré sin dudas, porque he leído y seguiré siempre leyendo a Lorca, y tal será mi manera de agradecerle, frente a él y con sus versos. Un abrazo.

Lilith: los guantes... ese símbolo tan tuyo. Un abrazo.

Gilda: y seguramente te lo preguntarás incluso cuando sabes que nadie puede verte. Un abrazo.

Bolero: vamos, que tus cajones no pierdan el interés. Un abrazo.

Germanico: un honor tenerte como lector, bienvenido. Un abrazo.

Fire: seguiré colaborando contigo siempre que pueda, ya lo sabes. Un abrazo desde el norte.

Psique: gracias por tus impresiones y tu sensibilidad. Un abrazo.

Javi: muy generoso. Un abrazo.

Mónica: gracias y bienvenida. Un abrazo.

Perséfone: como le decía a la Bruja, cuesta no decir. Un abrazo.

Tristancio: no sé, pero gracias a que te agradan puedes escribir los tuyos, que son magistrales. Un abrazo.

Anónimo dijo...

hola diegus hermoso relato casi uno lo va imaginando mientras lo va leyendo.....hermoso es cuando uno se levanta temprano y disfruta ese reviente del sol...son esas sencilleses que no tienen precio alguno....
hermoso relato....
dejo millones de besos para vos!

doctora queen dijo...

Brutal. Tierno y desgarrador a la vez. Uff, como me cuesta leer sobre estos temas, nunca quedo conforme, pero este relato lo pude, y tuve, que leer dos veces.

Diego dijo...

Sauvignona: gracias por tu visita, amiga. Y me alegro de que haya sido para vos así de evocador. Un abrazo.

Doctora: gracias por tu lectura, por tu doble y acertada lectura. Un abrazo.